Estas palabras las enuncio dadas las
malas verdades que dicen algunos cual eminencia en Derecho Penal y
Procesal, sobretodo cuando se producen en la barra de bar, cuya
estructura horizontal parece dotarles de capacidad cognitiva y
jurídica suficiente para calificar los hechos del Caso Noos.
La Intanta Cristina es inocente, y lo
será hasta que un juez determine lo contrario. Esta frase, vapuleada
en su contenido fáctico, constituye uno de los principios
fundamentales de nuestro Estado de Derecho, del que tanto se les
llena la boca a algunos indoctos cuando lo estiman oportuno. El
principio de presunción de inocencia está recogido en nuestro
artículo 24.2 de la Constitución y se incluye en el bloque de
derechos fundamentales. Algo tan sencillo como esto es lo que algunos
se empeñan en destruir.
Nadie de los que opina conoce el
desarrollo de las investigaciones judiciales, por lo que
nadie está en conocimiento ni en disposición de decir que la
Infanta Cristina es una ladrona. Lo será cuando el desarrollo del
juicio (que aun no ha comenzado) le lleve a obligar o no al juez a
que así deba condenarla.
Respecto al famoso “paseillo".
La justicia implica tratar de igual al que
es igual y de distinto al que es distinto. La Infanta no es una
ciudadana como cualquier otra; es nuestra Infanta de España y
miembro de la Casa Real hasta que Su Majestad decida lo contrario.
Por ello es evidente que no puede ser tratada como cualquier otra
persona a la que acusasen de tal hecho delictivo. Ello no significa
que deba ser enjuiciada con privilegios normativos, ni que le sirva
su título para eludir responsabilidades (sólo el Rey goza de inmunidad), si las hubiera, sino que lo
que aquí indico es que las formalidades adoptadas para el ejercicio
de su defensa deben ser diferentes a las de los comunes de los
mortales. Me refiero, por ejemplo, a la manera de acceder al edificio
del juzgado, lugar único donde deberá explicar su versión. Si
ocurriera cosa distinta a la de acceder a él en vehículo no se
estaría aplicando la formulación de Justicia que he dado más arriba puesto que, permitir
el acceso caminando como realizan habitualmente otros encausados, no
sólo pondría en peligro su integridad física, tal como ocurrió
con la señora Pantoja a la que la multitud que acudió a ver su “ paseillo" le arrastró por el suelo y estiró del pelo, sino que
además en ese momento se estaría desplazando la potestad de ejercer
justicia, la cual ya no correspondería a los jueces y tribunales,
otorgando dicha labor a los asistentes que se congregaran en las
cercanías con el único fin de recrear su morbo y alimentar un odio
que nada tendría que ver con lo enjuiciado.
La Infanta es un ejemplo.
Con independencia de las posibles
fechorías económicas de las que el juez le declare culpable o no,
la Infanta Cristina es un verdadero ejemplo de serenidad y valores
morales. Está junto a su marido y sus hijos, demostrando ser una
verdadera madre y esposa, aguantando en esta situación mientras
escucha por radio y televisión posibles calumnias diarias sobre su
persona y familia, leyendo noticias y recortes que sobrepasan el
libre derecho de opinar. Todo ello emitido por personas y personajes
cuyos valores débiles y oportunistas les habrían llevado, ante tal
esperpento, a huir o a desprenderse de su cónyuge, rompiendo la
unidad marital y decidiendo un futuro para sus hijos en el seno de
una relación destruida. La Infanta es un ejemplo de fortaleza a
seguir por todos los españoles porque, culpable o no ella o su
marido, el amor que se profesan es más fuerte que cualquier puñetazo
en la calle, más alto que cualquier insulto pueril y más verdadero
que la propia vida vulgar de quienes condenan sin oír.
ADOLFO FERNÁNDEZ